La Venezuela actual no es la
misma de hace 20 años, pero la de hoy será diferente a la que tendremos dentro
de los próximos 15 años. ¿Por qué lo digo? Principalmente por la forma en como la sociedad de hoy se ha
vuelto tan violenta, tan difícil de entender, tan problemática.
El origen de esta situación no es
único, es heterogéneo, diverso, lo cual hace más complicado de interpretar y analizar
en su verdadera dimensión. Hay
responsabilidades propias y ajenas en todo esto: La situación económica que más allá de los logros que
profese el gobierno ha sido un detonante de la violencia.
Lo es también la acción de una
sociedad laica, materialista, sin valores comunes, llevada por paradigmas cada día más superfluos,
hedonistas, inmediatos, que buscan satisfacer los patrones dictados por una
sociedad consumista como la ropa, el automóvil, el dinero fácil.
Pero quizás la mayor de todas ha sido la
destrucción del núcleo familiar en todos sus aspectos que van desde el respeto,
la ausencia de hogares establecidos, por
familias disfuncionales, la paternidad
irresponsable, madres solteras
que conllevan a vivir en situaciones no
aptas para el crecimiento de niños y niñas sanos mental y espiritualmente.
El crecimiento poblacional en
estos últimos 20 años ha sido exponencial, pasamos de 15 millones de habitantes
a casi 30 millones de habitantes desde 1993 al año 2013. Esto no ha sido gratis
y las instituciones gubernamentales, religiosas y de control natal no han
podido responder, pese a sus esfuerzos, a la sistematización social y poblacional.
Cada vez que muere alguien
producto de la violencia, nos sorprendemos por todo lo que implica la muerte desea
persona. En la mayoría de los casos, la muerte está relacionada con la relación
del occiso con el hecho criminal en sus diferentes crisoles. Se es víctima y victimario, se es causa y se es efecto. Ya sea robando o siendo
robado, ya sea vengando o siendo vengado, la Ley del ojo por ojo y
diente por diente nos arropa y nos
consume. Es tan fuerte esta situación que los ciudadanos nos acostumbrado a vivir esta situación, no hemos
vuelto susceptible de que esta violencia
nos alcance, ya sea mediante un robo, un
cobro de vacuna, un secuestro o una extorsión.
El primer clamor la damos al
Estado para velar por la situación que vivimos, pero está claro que la solución
de este problema va más allá de meter preso a alguien, de acabar con las bandas
de robos y asesinos o de colocar una
cámara de vigilancia en cada cuadra de nuestra ciudad para descubrir a los delincuentes.
Más que eso, es necesario una
profunda revisión integral de nuestra sociedad donde, aunque no lo creamos, los
ladrones son robados y las madres de los delincuentes claman por la inseguridad
y los asesinatos.
La sociedad necesita una introspección,
una mirada a sí misma, una regulación de su comportamiento, pero a la vez de un
Estado que ayude a monitorear, a verificar, a través de sus
diferentes instrumentos como la escuela, la LOPNNA, las defensorías, el proceso
de “control social”.
Sabemos que estas instituciones muchas veces lo que hacen es expandir la arruga, beneficiar
al que no lo merece y castigar al que actúa correctamente, pero es necesario
reinventarse y buscar detener los que viene ocurriendo, no hacerlo, sería la
muerte para el país que queremos.
Cabe entonces actuar con rapidez,
sin temor, llegar lo más lejos posible, crear instituciones en comunidades de alto riesgo, presentar
soluciones, abrir la capacidad de enfrentar a las bandas, abrirse a la iglesia
y darle el apoyo necesario para su labor evangelizadora, crear grupos culturales,
deportivos, musicales, formación de estructuras de organización social no
partidista, talleres de formación en áreas de mecánica, electricidad, dibujos,
creación de becas de estudio a estudiantes con destrezas deportivas,
intelectuales o culturales, mejorar el
acceso a los servicios fundamentales de vivienda, agua, electricidad. Que el joven de hoy sienta que hay una opción
diferente al consumo de drogas, alcohol o la vida fácil.
Reconocer que poco se logra como
familia, fomentar el consumo de alcohol y el cigarrillo.
El Facebook está lleno de fotos de jóvenes en fiestas junto a sus
padres, exhibiendo una botella de cerveza como signo de poder, donde el comentario por el trasnocho de la “rumba” es una felicitación o un “me gusta”.
No hablamos de ser religiosos a
la antigua, es crear verdaderos valores familiares que refuercen la cultura del
respeto, el amor, la unión familiar, el trabajo, el esfuerzo como medio de
lograr objetivos. Estos valores no están presentes en la gran mayoría de
familias. Muchos padres
no saben que hacen sus hijos, otros padres solo se victimizan por que no pudieron criarlo
bien y se excusan en cualquier razón. No hay diálogo con los hijos y cuando
se quiere hablar ya no hay tiempo. Se agreden verbalmente a los niños con
palabras soeces, se les humilla en público. Realmente hay mucho por hacer…no es
tarde.