sábado, 30 de junio de 2018

La historia detrás del robo de la Badeja de Carne en El Tocuyo


Es sábado 29 de junio y Alberto, sin trabajo, con 2 hijos y su mujer tratan de sobrevivir cada día. Todas mañanas agarra una cesta plástica y se va para la entrada de la urbanización Santa Eduviges para esperar al vendedor de cambures que llega todas las mañanas a vender el conocido quita ruidos. Cada Cesta de 25 kilos de cambures es comprada a 25 Bs el kg, lo cual significa que la cesta de cambures le cuesta 625.000 Bs en efectivo.


Pero la mañana del sábado Alberto no pudo comprar la cesta, se había quedado sin dinero, su hijo fue afectado por el virus y tuvo diarrea y vómito, lo llevó al CDI y le dieron Acetaminofen en jarabe, pero los otros medicamentos no los tenían, por lo cual fue a comprarlos, al final del viernes, había gastado 5 millones 500 mil en medicinas. -Salí barato- le comentó a su mamá, una señora cuyo único ingreso en la pensión Amor Mayor que cobra mensualmente.


Quedar sin dinero y tener que llevar la comida a su hogar es uno de las cosas que más afectan a Alberto. Él como la gran mayoría de tocuyanos compra su comida día a día. No durmió de viernes para sábado, por un lado pendiente de  su bebé enfermo y por el otro pensando en qué iban a comer al día  siguiente, es decir el sábado. 


Amaneció, hizo calor en la noche. Los ojos de Alberto estaban como llenos de arena, casi rojos. Su mujer tuvo temor de preguntarle, pero tuvo que hacerlo – ¿y qué vamos a comer hoy?- casi con timidez, porque sabía lo que se dinero no había.  Alberto respiró profundo, miró al suelo, y dijo lo primero que le llegó a la mente –ahí quedaron 4 cambures, cocínalos para el  desayuno, voy a ver qué consigo para el almuerzo, creo que le pediré prestado a mi hermano, el debe tener plata -  ah okey - dijo la mujer con tranquilidad  y esperanzada.


Pasada las 8 de la mañana, Alberto se viste, da vueltas y vueltas, piensa, maquina, se angustia, no sabe qué hacer ni decir. Llega al pequeño taller  de su hermano y le explica su situación. Le cuenta que su bebé enfermó y que tuvo que gastar el capital de trabajo y ganancia en las medicinas  y que se había quedado sin comida. Juan, su hermano le dijo que podía prestarle pero para la tarde, que para la mañana no tenía dinero. 


Ya eran las 11 de la mañana y  Alberto recibe un mensaje de su esposa: amor cómo te fue?, los niños están preguntando por la comida. Alberto suda y piensa, sin dinero, camina por el centro de El Tocuyo, da vueltas y vueltas y sigue pensando. Llega al abasto de los chinos, pero no hay comida. Sale y llega a la Carnicería, había mucha gente, era sábado. Alberto se acerca al mesón de la carne, mira las bandejitas, las voltea y ve el precio. Todas pasan del millón. Se va de ese lugar.


En las afueras de la carnicería piensa, y vuelve a pensar. Había mucha gente y el miraba a través de la vidriera, tenía hambre, pero necesitaba resolver: ¿y si me meto una bandeja de carne por el pantalón y salgo rápido? Nadie se dará cuenta- pensó-. Respira profundamente decidido hacerlo, entra, cabizbajo, fijamente entra a la carnicería, se pasea por los mesones y en ese momento cuando hay mucha gente, toma una bandeja de carne molida y camina hacia la charcutería, de espaldas a la gente, rápidamente se mete la bandeja de carne en el pantalón y la tapa con su franela. Con nervios, pero decidido mira hacia la puerta, la salida. Eran 20 pasos,  20 pasos para que sus hijos comieran, era el miedo, los nervios, el sudor, era muy largo el camino y tan corto los pasos. Pero iba hacerlo.


Casi al salir, el portero, se le acerca, lo mira y el baja la mirada como si no fuera con él. Le detiene y le dice: Señor espere, deténgase. Pero él no le entendió, no quería entender ni aceptar que era con él.  En ese instante el encargado lo detiene y le dice: Señor saque la bandeja que tiene debajo de la camisa. Alberto no supo qué hacer, ni que decir, la gente que se dio cuenta de lo que pasaba miraron a Alberto que no pudo evitar las miradas de los compradores. No tuvo opción, sacó  la bandeja, agachó la cabeza, la gente miraba con ojos de condena, de pena y de lástima. El sintió que el mundo le caía encima.


El encargado, al ver su cara de miedo y temor le dijo: Amigo no haga eso, eso es malo, si no tiene dinero, es mejor que pida un poco y acá se le da, sabemos que la cosa está difícil pero no podemos caer en esto. Alberto solo pensaba en la gente que lo miraba, en sus hijos, en su familia. Salió, caminó sin destino, llegó a un sitio donde no había nadie y lloró, lloró profundamente, por su vida, por sus hijos, por todo. 


La historia de Alberto se multiplica cada día. Muchos venezolanos no tienen nada para comer y muchas veces no pueden resolver ni la comida diaria. Gente que enflaquece, gente que sufre, gente que ve cada día perder su ánimo de vivir, de seguir y cansado de soportar la vida tan dura a cuestas.