Es sábado 29 de junio y Alberto,
sin trabajo, con 2 hijos y su mujer tratan de sobrevivir cada día. Todas
mañanas agarra una cesta plástica y se va para la entrada de la urbanización Santa
Eduviges para esperar al vendedor de cambures que llega todas las mañanas a
vender el conocido quita ruidos. Cada Cesta de 25 kilos de cambures es comprada
a 25 Bs el kg, lo cual significa que la cesta de cambures le cuesta 625.000 Bs
en efectivo.
Pero la mañana del sábado Alberto
no pudo comprar la cesta, se había quedado sin dinero, su hijo fue afectado por
el virus y tuvo diarrea y vómito, lo llevó al CDI y le dieron Acetaminofen en
jarabe, pero los otros medicamentos no los tenían, por lo cual fue a
comprarlos, al final del viernes, había gastado 5 millones 500 mil en medicinas.
-Salí barato- le comentó a su mamá, una señora cuyo único ingreso en la pensión
Amor Mayor que cobra mensualmente.
Quedar sin dinero y tener que
llevar la comida a su hogar es uno de las cosas que más afectan a Alberto. Él
como la gran mayoría de tocuyanos compra su comida día a día. No durmió de
viernes para sábado, por un lado pendiente de
su bebé enfermo y por el otro pensando en qué iban a comer al día siguiente, es decir el sábado.
Amaneció, hizo calor en la noche.
Los ojos de Alberto estaban como llenos de arena, casi rojos. Su mujer tuvo
temor de preguntarle, pero tuvo que hacerlo – ¿y qué vamos a comer hoy?- casi
con timidez, porque sabía lo que se dinero no había. Alberto respiró profundo, miró al suelo, y
dijo lo primero que le llegó a la mente –ahí quedaron 4 cambures, cocínalos
para el desayuno, voy a ver qué consigo
para el almuerzo, creo que le pediré prestado a mi hermano, el debe tener plata
- ah okey - dijo la mujer con
tranquilidad y esperanzada.
Pasada las 8 de la mañana, Alberto
se viste, da vueltas y vueltas, piensa, maquina, se angustia, no sabe qué hacer
ni decir. Llega al pequeño taller de su
hermano y le explica su situación. Le cuenta que su bebé enfermó y que tuvo que
gastar el capital de trabajo y ganancia en las medicinas y que se había quedado sin comida. Juan, su
hermano le dijo que podía prestarle pero para la tarde, que para la mañana no
tenía dinero.
Ya eran las 11 de la mañana
y Alberto recibe un mensaje de su
esposa: amor cómo te fue?, los niños están preguntando por la comida. Alberto
suda y piensa, sin dinero, camina por el centro de El Tocuyo, da vueltas y
vueltas y sigue pensando. Llega al abasto de los chinos, pero no hay comida.
Sale y llega a la Carnicería, había mucha gente, era sábado. Alberto se acerca
al mesón de la carne, mira las bandejitas, las voltea y ve el precio. Todas
pasan del millón. Se va de ese lugar.
En las afueras de la carnicería
piensa, y vuelve a pensar. Había mucha gente y el miraba a través de la
vidriera, tenía hambre, pero necesitaba resolver: ¿y si me meto una bandeja de
carne por el pantalón y salgo rápido? Nadie se dará cuenta- pensó-. Respira
profundamente decidido hacerlo, entra, cabizbajo, fijamente entra a la
carnicería, se pasea por los mesones y en ese momento cuando hay mucha gente,
toma una bandeja de carne molida y camina hacia la charcutería, de espaldas a
la gente, rápidamente se mete la bandeja de carne en el pantalón y la tapa con
su franela. Con nervios, pero decidido mira hacia la puerta, la salida. Eran 20
pasos, 20 pasos para que sus hijos
comieran, era el miedo, los nervios, el sudor, era muy largo el camino y tan
corto los pasos. Pero iba hacerlo.
Casi al salir, el portero, se le
acerca, lo mira y el baja la mirada como si no fuera con él. Le detiene y le
dice: Señor espere, deténgase. Pero él no le entendió, no quería entender ni
aceptar que era con él. En ese instante
el encargado lo detiene y le dice: Señor saque la bandeja que tiene debajo de
la camisa. Alberto no supo qué hacer, ni que decir, la gente que se dio cuenta
de lo que pasaba miraron a Alberto que no pudo evitar las miradas de los compradores.
No tuvo opción, sacó la bandeja, agachó
la cabeza, la gente miraba con ojos de condena, de pena y de lástima. El sintió
que el mundo le caía encima.
El encargado, al ver su cara de
miedo y temor le dijo: Amigo no haga eso, eso es malo, si no tiene dinero, es
mejor que pida un poco y acá se le da, sabemos que la cosa está difícil pero no
podemos caer en esto. Alberto solo pensaba en la gente que lo miraba, en sus
hijos, en su familia. Salió, caminó sin destino, llegó a un sitio donde no
había nadie y lloró, lloró profundamente, por su vida, por sus hijos, por todo.
La historia de Alberto se
multiplica cada día. Muchos venezolanos no tienen nada para comer y muchas
veces no pueden resolver ni la comida diaria. Gente que enflaquece, gente que
sufre, gente que ve cada día perder su ánimo de vivir, de seguir y cansado de
soportar la vida tan dura a cuestas.
2 comentarios:
Es muy triste el sufrimiento de un pueblo que al parecer está resignado a morir. Pero más triste aun ver a los niños que no estan conscientes de que es lo que sucede pero que sufren el hambre, la falta de medicinas, la falta de gas, agua y ahora la ausencia de los padres, hermanos y otros familiares. Que a unos gobernantes que se proclaman defensores del pueblo no se les conduela el corazøn por tanto sufrimiento solo tiene una explicacion : perdieron la capacidad de amar y de la compasion.
Dios mio que dolor alguien que me diga quien es este señor y como lo consigo
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